"Él está en su habitación, solo. Se sienta y espera... espera... espera a que ocurra nada. Tiene miedo de sí mismo, de lo que pueda sucederle en el futuro y qué influencia puede tener en él, así como sus experiencias pasadas. Tiene miedo de su personalidad, cómo debe actuar, cómo debe presentarse, qué debe hacer, por qué está aquí. Intenta analizarse a sí mismo, pero la frustración es tal que es muy difícil que deje sus pensamientos y la culpa no abandona su alma. Aún así, él bien sabe que las cosas pasan por algo, que la casualidad no es requisito para que este mundo avance.
Todavía está sentado en el mismo lugar, y él se concentra en analizar cada hecho en particular y cómo debió actuar en esos momentos, pero sabe que ya es demasiado tarde. Como no puede lograrlo, decide iniciar un viaje, pero un viaje dentro de él, se deja llevar por las emociones del momento, siente que se mueve, que flota y da vueltas y vueltas mientras tiene los ojos cerrados todo el tiempo. Ahora para él ya nada existe, sus problemas no existen, su familia no existe, sus amigos no existen, el mundo físico inmediato a él, tampoco existe. Es sólo él viviendo un instante su mundo interior, y al parecer le está ayudando.
Cuando abre los ojos, al cabo de un momento, se da cuenta que no se ha movido ni un centímetro de la posición inicial. Se siente algo más tranquilo y dispuesto a enfrentar lo que se venga por delante. Con este pensamiento se levanta, da unos pasos muy certeros, coloca su mano en la manilla de la puerta, la gira y sale a su mundo exterior explícito. La habitación queda cerrada y solitaria, pero aún puede sentirse el fresco que entra por la ventana..."
Es importante que siempre dediquemos un instante de nuestras vidas a ver con detenimiento qué es lo que nos está sucediendo, porque siempre podremos sacar algún provecho de nuestro análisis, aunque todo esto nos tome... tan sólo siete minutos.